Espejo contra espejo. Empezaron a parpadear esas sospechas de cuando asoma el musgo en las palabras, y me hace feliz pensar que es así como se instituye el doble riesgo de amar doliendo. Mando fonemas desglosando matemáticamente palabras que por supuesto, de otra forma no tendrían sentido. Y es así como después de una tarde de junio y julio, los días de septiembre parecen ser tibios, acaso resurjo con cada invierno y repudio este brote de sonrisas maquilladas, disfrazadas de dulces mujeres inocentes que en el fondo dejan ver su verdadera intención, su trampa. Porciones de piel aceitada con brillos de colores haciendo juego con la mirada buscando al prójimo entre nosotros. Y qué dirás cuando termines el bocado de tu propia flor? Realidades infiltradas entre tanta soledad articulada. Espejo contra espejo. Ya. Se perpetúa el deseo de abrazar asteriscos en la historia de los días. Muchos pies de página. Postdata. Fe de erratas. Siembro mi fe en pedacitos. Sin hacer preguntas. Sin paradojas. Sigo vagabunda en la errante tarea de admitir la intrusión del riesgo.

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Yendo por aquel campo, aparecían, de pronto...

Yendo por aquel campo, aparecían, de pronto, esas extrañas
cosas. Las llamaban por allí, virtudes o espíritus. Pero, en
verdad eran la producción de seres tristes, casi inmóviles,
que nunca se salían de su lugar.
Estancias al parecer, del otro mundo, y casi eternas,
porque el viento y la lluvia las lavaban y abrillantaban, cada
vez más. Era de ver aquellas nieves, aquellas cremas,
aquellos hongos purísimos... Esos rocíos, esos huevos,
esos espejos.
Escultura, o pintura, o escritura, nunca vista, pero, fácilmente
descifrable.
Al entreleerla, venía todo el ayer, y se hacía evidente
el porvenir.
Los poetas mayores están allá, donde yo digo.

Marosa di Giorgio-De "Clavel y tenebrario" 1979
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